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La inserción de nuevos sujetos que enriquecen y cuestionan expresiones fijas del ambición permiten la emergencia de una grafía de intenso contenido erótico que abre una vía de expresión artística a otros deseos -el deseo del Otro-: el de la mujer y el homosexual masculino. Estas «sexualidades periféricas» , como las ha llamado Michel Foucault en su Historia de la sexualidad, consiguen manifestarse en la escritura del Novecientos a través de un alocución propio, original y diferente a aquél que el sujeto masculino irradia desde el centro cultural. Lo particular del caso uruguayo es que dicho enjuiciamiento -que surgió como resultado del cambio en las valoraciones colectivas y, en lo fundamental, implicó el control, la legislación e institucionalización de los «excesos» de la sexualidad- no sólo se vio amenazado por la escritura de un grupo de artistas atraídos por lo que estaba fuera de la norma. En ese mismo período, el presidente José Batlle y Ordóñez conmocionaba con su nuevo modelo de nacionalidad -el «país modelo»- a una academia resistente a las reformas políticas, económicas y civiles impuestas por su brigada de gobierno. El modernismo uruguayo, como el hispanoamericano en general, surge dentro del marco histórico de los grandes cambios económicos, sociales y políticos conocido como la «modernización». Ambivalente fue la actitud de los modernistas ante un saber con tanta autoridad como el de la Ciencia, la cual condenó la estética moderna por considerarla peligrosamente excesiva y decadente.